
F. Nietzsche tiene la virtud de introducirnos en un nuevo espacio del pensamiento, en una nueva esfera del pensar. A través de sus metáforas lacerantes y de sus aforismos desafiantes el lector se ve conducido a pisar un campo diferente, una tierra llena de interrogantes. El interrogante en la prosa nietzscheana tiene un valor más patético y afectivo, que no teorético. Es un preguntar radical, un preguntar metafísico que demanda una respuesta decisiva, una respuesta de vida o muerte. Uno de los retos metafísicos que plantea Nietzsche en su obra de madurez es la hipótesis del eterno retorno. Es una propuesta confusa, difícil de delimitar teóricamente, difícil de expresar verbalmente. Es una noción que emana de una experiencia personal única e irrepetible, de una revelación impenetrable.
Este obra no pretende ser una hermenéutica crítica de la hipótesis del eterno retorno, sino una interpretación personal e íntima a través de la noción de instante inmortal y de la poesía. El aforismo de Nietzsche nos impele a romper la corteza de la comodidad y a meditar sobre la vida, sobre la muerte y la condición temporal del hombre. Es una pregunta abismal que nos arranca de la indiferencia y nos obliga a apostar, a decidirnos, en definitiva, a pensar… Y el acto de pensar causa vértigo.